La
llamada Guerra de los 100 Años fue en realidad una contienda bélica que,
durante ciento dieciséis años enfrentó a los reinos de Francia e
Inglaterra y que tuvo repercusiones en Flandes, Portugal y Castilla. La
expresión Guerra de los Cien Años refleja tanto los enfrentamientos
bélicos entre los diferentes reinos, como las revueltas urbanas y
campesinas que se produjeron como consecuencia de ellos.
Causas: la disputa de Guyena
Los sucesores de Enrique II de Plantagenet y Leonor de Aquitania, heredaron del primero el reino de Inglaterra, pero también se convirtieron en duques de Aquitania o Guyena, como parte de la herencia de Leonor. En 1259 Luis IX cedió a Enrique III de Inglaterra la posesión de la Guyena, siempre y cuando el ducado se convirtiese en un feudo por el que el monarca inglés tendría que rendir vasallaje al rey de Francia. La posesión de Guyena, sin embargo, no fue firme para los monarcas ingleses y el ducado fue confiscado y más tarde devuelto, en dos ocasiones: la primera de ellas en 1294, bajo el reinado de Felipe IV; la segunda en 1328, con Carlos IV. En el reino galo, mientras, la Corona se había hecho hereditaria por vía masculina a fuerza de costumbre, pero tras la muerte de Felipe IV (1314) el sistema comenzó a manifestar sus imperfecciones. Los cortos reinados de Luis X, Felipe V y Carlos IV coincidieron además en la falta de un heredero varón, por lo que a la muerte de Carlos IV (1328), se presentaron tres candidatos al trono de San Luis: Felipe de Evreux, emparentado con los tres últimos reyes Capeto y casado con una hija de Luis X; Eduardo III de Inglaterra, que reclamó el trono alegando los derechos de su madre y era además un importante señor en Francia, como duque de Guyena y conde de Ponthieu; y Felipe de Valois, que era nieto de Felipe III y también estaba emparentado con los últimos monarcas de Francia. En 1328 la Asamblea de Regentes de Francia hizo valer los derechos de Felipe de Valois, al que proclamó, primero regente y después rey (Felipe VI, que fue consagrado en Reims). Felipe de Evreux era muy joven y no contestó la decisión; Eduardo III rindió vasallaje a Felipe por Guyena en 1329.
Causas: la disputa de Guyena
Los sucesores de Enrique II de Plantagenet y Leonor de Aquitania, heredaron del primero el reino de Inglaterra, pero también se convirtieron en duques de Aquitania o Guyena, como parte de la herencia de Leonor. En 1259 Luis IX cedió a Enrique III de Inglaterra la posesión de la Guyena, siempre y cuando el ducado se convirtiese en un feudo por el que el monarca inglés tendría que rendir vasallaje al rey de Francia. La posesión de Guyena, sin embargo, no fue firme para los monarcas ingleses y el ducado fue confiscado y más tarde devuelto, en dos ocasiones: la primera de ellas en 1294, bajo el reinado de Felipe IV; la segunda en 1328, con Carlos IV. En el reino galo, mientras, la Corona se había hecho hereditaria por vía masculina a fuerza de costumbre, pero tras la muerte de Felipe IV (1314) el sistema comenzó a manifestar sus imperfecciones. Los cortos reinados de Luis X, Felipe V y Carlos IV coincidieron además en la falta de un heredero varón, por lo que a la muerte de Carlos IV (1328), se presentaron tres candidatos al trono de San Luis: Felipe de Evreux, emparentado con los tres últimos reyes Capeto y casado con una hija de Luis X; Eduardo III de Inglaterra, que reclamó el trono alegando los derechos de su madre y era además un importante señor en Francia, como duque de Guyena y conde de Ponthieu; y Felipe de Valois, que era nieto de Felipe III y también estaba emparentado con los últimos monarcas de Francia. En 1328 la Asamblea de Regentes de Francia hizo valer los derechos de Felipe de Valois, al que proclamó, primero regente y después rey (Felipe VI, que fue consagrado en Reims). Felipe de Evreux era muy joven y no contestó la decisión; Eduardo III rindió vasallaje a Felipe por Guyena en 1329.
La cuestión no terminó aquí, ya que Enrique III aspiraba a convertir el feudo de Guyena, sobre el que los soberanos franceses tenían derecho a intervenir en determinadas circunstancias, en un alodio que poder administrar sin interferencias externas. Sobre ese tema versaron las conversaciones iniciadas entre ambos monarcas a partir de 1330, pero los resultados fueron nulos, llegándose en 1336 a un total estancamiento. En previsión de una posible confiscación de la Guyena, Enrique III había preparado la defensa del territorio durante el lustro que duraron las negociaciones y cuando el 24 de mayo de 1337 ésta se produjo, reforzado su poder en Inglaterra, envió una misiva al de Valois en el que negaba su legitimidad y por tanto declaraba inválido el juramento de fidelidad de 1329. El 7 de octubre, en Westminster, Eduardo III reclamó formalmente el reino de Francia y conminó a quien en los documentos hacía designar como "Felipe, aquel que dice ser rey de Francia", a que renunciase a un reino adquirido de manera ilegal.
La ruptura de la fe vasallática fue el hecho desencadenante del conflicto, pero además subyacía una rivalidad entre las casas de Plantagenet y Valois a propósito de otros lugares distintos de la Guyena. Por ejemplo, Felipe VI había dado cobijo y apoyo económico al rebelde Eduardo Balliol, candidato al trono de Escocia, reanudando la guerra en Inglaterra en la frontera del Norte; Eduardo III consideraba al rey de Francia como el culpable de sus problemas en Escocia y la reducida Guyena. Pero también el monarca inglés respaldó a los enemigos de Felipe VI, como Roberto, nieto del conde Roberto II de Artois, que, acusado de ser el culpable de la muerte de la condesa Matilde, huyó a Inglaterra y se puso del lado del Plantagenet, al que reconoció como rey de toda Francia. Otro de los puntos de fricción fue Flandes, dividida entre la sumisión vasallática a Francia y la dependencia económica de Inglaterra; la alianza entre Felipe VI y el conde Luis de Nevers para aplastar la rebelión de los campesinos flamencos de Cassel perjudicó enormemente a los intereses de Inglaterra y Eduardo III prohibió que se exportase más lana a Flandes, lo que dejó sin trabajo a un gran número de operarios de la industria textil. La alta burguesía flamenca ofreció a Eduardo el trono en reconocimiento como rey de Francia y éste tomó posesión del poder en Gante en 1340, usando por primera vez el título de rey de Francia e Inglaterra, pero las dificultades económicas le impidieron rentabilizar la victoria y finalmente fueron suscritas las treguas de Esplechin, que habían de durar hasta junio de 1342. Fue en aquel mismo año en el que Felipe VI hubo de hacer frente a la guerra civil desencadenada por la sucesión en Bretaña, en la que el rebelde Juan de Montfort obtuvo el respaldo de Eduardo III, convirtiendo la lucha civil en un conflicto internacional.
Por tanto, a partir de la tercera confiscación de Guyena, se desarrolló un conflicto cuyos límites cronológicos varían dependiendo de los autores, pero que, con varias interrupciones superó el siglo de duración. Atendiendo a la marcha de las operaciones bélicas puede ser dividida en varias partes.
Primer periodo de la Guerra (1337-1380)
Victoria de Eduardo III en Crecy y conquista de Calais
Para asegurar la protección del ducado de Guyena, Eduardo III necesitaba enviar refuerzos a Burdeos y la fortificación de las principales plazas fuertes. Tomando Flandes como centro de operaciones, se instaló en Bramante con su familia y su ejército y en 1339 inició las expediciones bélicas con campañas de devastación sobre el Cambrésis, Vermandois y otras comarcas francesas. No obstante, Felipe VI, consciente de su inferioridad militar, rechazó la batalla presentada por su adversario y esperó el agotamiento de sus medios financieros. Sin embargo, Eduardo consiguió un nuevo subsidio del Parlamento y pudo formar un ejército cuyo destino era Flandes. El de Valois mandó a la flota normanda para que detuviese a Eduardo, pero la batalla naval, que tuvo lugar frente al antepuerto de Brujas, se decantó del lado de su enemigo. La tregua de Esplechin y la mediación pontificia (1344) no lograron resultado alguno y en 1345 la guerra se volvió a abrir en todos sus frentes.
Eduardo III abandonó la presión sobre Flandes y lanzó su ejército hacia Guyena, lo que tuvo como resultado la conquista de una serie de plazas, entre ellas Angulema, aunque algunas de estas plazas fueron recuperadas el año siguiente (1346) por al duque Juan de Normandía, heredero de la Corona francesa. Pero la contraofensiva francesa debió detenerse a causa del desembarco en Normandía de Eduardo III, en la que sería la primera cabalgada inglesa de la Guerra de los Cien Años. Los ingleses se apoderaron sin dificultad de Caén y otros puntos y llegaron hasta las proximidades de París, aunque se retiraron hacia el norte ante la imposibilidad de conquistar la ciudad. Mientras tanto Felipe VI decretó la leva general y después lanzó su ejército contra los ingleses, muy inferiores en número. El enfrentamiento tuvo lugar en Crecy, el 26 de agosto de 1346. Parece ser que la causa de la victoria inglesa fue la disciplina con que el Plantagenet hizo distribuir a sus tropas, frente a la anarquía que imperaba entre las tropas del de Valois, que fueron prácticamente aniquiladas por los arqueros de Eduardo de Gales, el Príncipe Negro. El regreso de Eduardo III a Inglaterra no fue fácil, sin embargo. El monarca eligió el puerto de Calais para el reembarque, pero la plaza fue férreamente defendida por la guarnición francesa. Después del descalabro de Crecy, el rey de Francia quiso evitar el enfrentamiento directo y buscó atacar la retaguardia del Plantagenet: lanzó a David Bruce de Escocia sobre el norte de Inglaterra, pero sus tropas fueron derrotadas en Neville's Cross (17 de octubre de 1346), cayendo prisionero el monarca escocés. La coalición de ingleses y flamencos tardó once meses en conquistar Calais y para ello tuvieron que construir una improvisada ciudad (Ville-neuve-le-Hardi) para albergar al estado mayor, pero una vez que la plaza fue rendida, los ingleses dispusieron de una magnífica cabeza de puente, que en lo sucesivo se usó para el desembarco de tropas y víveres. A todas estas victorias inglesas se unió el fracaso de Carlos de Blois al intentar recuperar La Roche Derrien (junio de 1347).
A finales de 1347 se detuvieron las operaciones bélicas, no tanto por el armisticio firmado entre los dos monarcas (28 de septiembre), sino, sobre todo, debido a la extensión de la terrible peste (la Muerte Negra) que en poco tiempo terminó con la vida de un tercio de millones de europeos. Durante ese periodo tuvo lugar la muerte de Felipe VI (26 de agosto de 1350) y la sumisión de las ciudades flamencas al nuevo conde de Flandes, Luis de Male, perdiendo Inglaterra para siempre el apoyo de dichas ciudades.
Nuevas derrotas francesas; Juan II el Bueno
Durante los cinco primeros años de su reinado, el nuevo monarca francés, Juan II el Bueno, tomó mediadas en orden a reforzar el ejército para evitar otra derrota como la de Crecy, pero la sangría demográfica y la acentuada crisis económica hicieron inefectivos los cambios, no obstante las victorias francesas en el Languedoc del conde Juan de Armagnac; los ingleses, por contra, tomaron Guines, con lo que reforzaron la posición de Calais. Apareció entonces en escena un nuevo personaje que desestabilizó las fuerzas y que durante años sería el árbitro de la política francesa: Carlos de Evreux, rey de Navarra, al que después se le dio el nombre de Carlos el Malo. Además del pequeño reino de Navarra, éste poseía territorios en Normandía y el valle del Sena y los condados de Mortain y Evreux; por su matrimonio con la hija de Juan II, Carlos II aspiraba al condado de Angulema, pero el rey acabó por dárselo a su favorito, el condestable Carlos de España, al que el navarro hizo asesinar (8 de enero de 1345). Cuando el rey de Francia quiso castigarle, Carlos II consiguió la ayuda de varios miembros de la familia real francesa, del papa y solicitó el concurso de Eduardo III; Juan II no podía permitir que el de Evreux se aliase con los ingleses, por lo que, a cambio de su público arrepentimiento, por el tratado de Mantes de febrero de 1354, le otorgó el condado de Beaumont-le-Roger y la península de Cotentin, lo que le hacía dueño de media Normandía. Fue una imprudente concesión, porque durante las fallidas conversaciones de paz entre diplomáticos ingleses y franceses que tuvieron lugar en Aviñón (abril de 1354), Carlos de Navarra volvió a reconocer a Eduardo III como rey de Francia y le ofreció sus tierras para un futuro desembarco, claro está, a cambio de nuevas concesiones. Pero aunque Eduardo III marchó desde Calais a Amiens, rehusó un enfrentamiento abierto; mientras tanto, en el Mediodía, el Príncipe Negro realizó una devastadora cabalgada desde Burdeos hasta Beziers, para contrarrestar la presión que el conde de Armagnac ejercía sobre la Guyena. Los éxitos de Eduardo de Gales pusieron de manifiesto la debilidad del sistema militar francés y Juan II reunió a los Estados del Languedoc y el Languedoil para solicitar subsidios que permitiesen continuar la guerra. La situación empeoró para los franceses después de que Felipe de Evreux, hermano del rey de Navarra, solicitase la ayuda de Enrique de Lancaster, lugarteniente de Eduardo III en Francia, cuando el Valois hizo encarcelar a Carlos de Navarra (abril de 1356). El remate a todo ello vino con la nueva cabalgada del Príncipe Negro, esta vez en dirección norte; Juan el Bueno le persiguió y, con un ejército muy superior, le hizo presentar batalla en Maupertuis, cerca de Poitiers, donde el heredero de la Corona inglesa consiguió una victoria muy similar a la de Crecy y en la que el propio Juan II, que se negó a huir, fue capturado (19 de septiembre de 1356).
Crisis de la monarquía francesa
El delfín de Francia, Carlos, duque de Normandía, quedó como lugarteniente del reino, mientras que Juan II era mantenido como prisionero en Londres. Por otra parte, la derrota de Poitiers no había hecho sino aumentar el descontento hacia la monarquía que ya había sido puesto de manifiesto en los Estados Generales de noviembre de 1355. En los Estados del Languedoil que el delfín convocó para octubre de 1356 sufrió una fuerte oposición por parte del obispo de Laon, Roberto Le Coq, adicto al partido de Carlos el Malo y que exigía su liberación; pero en la asamblea destacó sobre todo Étienne Marcel, rico burgués, preboste de los mercaderes de París, que solicitaba un amplio programa de reformas que permitiera reorganizar la Hacienda y reanudar la lucha contra los ingleses; entre estas reformas existían medidas constitucionales que hubiesen dado un mayor poder a la burguesía y limitado por tanto la autoridad regia, motivo que llevó al lugarteniente a buscar apoyos en los Estados del Languedoc y en el Imperio, encarnado en su tío, Carlos IV. Los resultados fueron nulos y en marzo de 1357 se convocaron unos nuevos Estados, en los que se dictó una importante Ordenanza, que introducía en el Consejo Real delegados de los tres Estados.
Carlos de Navarra fue liberado a finales de 1357 y el delfín se vio obligado a entregarle todos sus antiguos dominios y a prometerle futuras compensaciones en Champaña o Normandía. El de Evreux se declaró "un buen francés" y participó en la represión del levantamiento campesino que, conocido como Jacquerie, estalló en Beauvaisis en mayo de 1358, siendo sofocado en pocas semanas. Otra revolución que se produjo en la misma época fue la encabezada en París por Étienne Marcel, que prestó una breve ayuda a los jacques y que acabó perdiendo todos sus apoyos en la capital y siendo asesinado el 31 de julio. En marzo el delfín había cambiado su título de lugarteniente por el de regente, que le daba una mayor autoridad.
Carlos de Normandía había conseguido de Eduardo III una tregua que había de durar entre marzo de 1357 y abril de 1359; en este contexto tuvieron lugar unas negociaciones de paz de mayor alcance. Por el primer tratado de Londres, de mayo de 1358, Eduardo III obtenía en soberanía el Poitou y todo el suroeste del reino, además del vasallaje de Bretaña; el rescate de Juan II quedaba fijado en cuatro millones de escudos. La celeridad con la que el regente aceptó el tratado hizo que el monarca inglés pensase que podía obtener más y por el segundo tratado de Londres (marzo de 1359) exigió la completa soberanía sobre la Normandía, Anjou, Maine y Turena, aunque renunció al título de rey de Francia. En esta ocasión, el delfín, apoyado por los Estados Generales negó las reivindicaciones. Concluido el periodo de tregua, se reanudaron las hostilidades.
A finales de año, Eduardo III desembarcó en Calais y marchó hacia la conquista de Reims, donde pensaba ser coronado rey, según el viejo ritual de los monarcas franceses. Pero la ciudad resistió. El delfín, aconsejado por el caballero bretón Bertrand du Guesclín, evitó un enfrentamiento en campo abierto con el inglés y practicó en cambio una política de tierra quemada, a la vez que marinos franceses atacaban Winchelsea, en pleno territorio inglés. Eduardo III respondió con una cabalgada en torno a Chartres, pero cuando una enorme tormenta sorprendió a su ejército, abandonó sus planes y se avino a pactar. Las conversaciones del delfín Carlos y del príncipe Eduardo, celebradas en Bretigny el 1 de mayo de 1360 dieron como resultado una tregua de dieciocho meses y un acuerdo de paz, cuyas cláusulas eran similares a las del primer tratado de Londres, que fue ratificado en Calais por ambos monarcas. A la vez que esto ocurría, Eduardo III hacía a su vez la paz con Luis de Male, conde de Flandes, y Juan el Bueno se reconciliaba con Carlos de Navarra. La aplicación de las cláusulas de la paz de Calais no fue fácil. Juan II fue liberado en octubre de 1360, pero cuando los emisarios franceses viajaron a Londres en noviembre de 1361, con el objeto de obtener de Eduardo III la renuncia de sus pretensiones a ceñir la corona francesa, el monarca inglés respondió que no lo haría, puesto que la entrega de los territorios que se había estipulado en el tratado de paz aún no se había completado; en realidad era sólo un medio de ganar tiempo, ya que Eduardo III consideraba que las concesiones obtenidas en Calais eran insuficientes y no descartaba el retomar sus pretensiones dinásticas; pero Juan II tampoco ratificó los pactos, lo que hacía que legalmente conservase la soberanía sobre los territorios cedidos. Mientras tanto, los pagos prometidos por Francia se retrasaban y Eduardo III ejerció presión para adelantarlos, gracias a los rehenes de la casa real francesa que custodiaba. La fuga del duque de Anjou, hijo del rey, (septiembre de 1363) causó un gran revuelo en la corte de Londres y el monarca francés, estricto seguidor del código caballeresco, se sintió en el deber de entregarse él mismo como rehén. Llegó a Londres en enero de 1364 y murió tres meses después.
Comienzos del reinado de Carlos V
En los últimos años del reinado de Juan II surgieron nuevos litigios con Carlos el Malo de Navarra, a propósito de la sucesión en el ducado de Borgoña. Los pretendientes eran los propios reyes de Francia y Navarra, y Juan II, juez y parte, se apropió del ducado y lo convirtió en un infantado. El delfín Carlos, en previsión de un ataque del navarro, se adelantó y puso sus tropas bajo el mando de Bertrand du Guesclín que tomó Mantes y Meulan y venció a las tropas de Juan de Grailly en Cocherel (16 de mayo de 1364). Pero tras la subsiguiente derrota francesa frente a Evreux, se concertó una paz (marzo de 1365) que otorgaba a Carlos II el coseñorío de Montpellier, pero que le arrebataba todas sus posesiones del Bajo Sena. El otro asunto que Carlos V había heredado del reinado de su padre, era la guerra por Bretaña, que duraba ya más de dos décadas y no se había extinguido con la paz de Calais. Aspiraban al ducado Juan IV de Montfort, del mismo nombre que su padre, y apoyado por los ingleses y Carlos de Blois, que contaba con el patrocinio de Carlos V. Éste envió a Bertrand du Guesclín a enfrentarse contra las tropas inglesas de Robert Knolles y John Chandos. En la batalla entre ambos ejércitos, que tuvo lugar en Auray el 23 de septiembre de 1364 resultó muerto Carlos de Blois y du Guesclín cayó prisionero, por lo que el rey se vio obligado a reconocer la titularidad del ducado a Juan de Montfort, aunque éste debería rendir vasallaje por él; de esta manera Bretaña entró dentro de la órbita de los Valois.
Extensión del conflicto: ramificaciones en la Península Ibérica
Mientras Francia e Inglaterra luchaban su guerra, en la Península Ibérica se daba la pugna por la hegemonía por parte de las dos principales potencias cristianas: Castilla y Aragón. En un principio se mostró claramente la superioridad de Pedro I el Cruel, rey de Castilla frente a Pedro IV el Ceremonioso con la amenaza de Barcelona (1359), la conquista de Calatayud y otras importantes plazas (1362) o el saqueo de la huerta de Orihuela; las victorias aragonesas tuvieron un carácter meramente defensivo, como la recuperación de Murviedro en 1365, por lo que Pedro IV solicitó la ayuda de Carlos V de Francia. El rey francés vio la ocasión de liquidar dos asuntos en uno: Pedro I sufría una fuerte oposición dentro de su reino por parte de la nobleza, lo que quiso aprovechar Carlos V para sustituir a un monarca anglófilo (Pedro I) por otro que apoyase los intereses de Valois; por otra parte estaba la cuestión de las Compañías Blancas, que en tiempo de tregua causaban un enorme daño en suelo francés. Carlos V envió a Bertrand du Guesclín a Castilla, al mando de las Compañías, que puso a disposición del aspirante castellano, Enrique de Trastámara, apoyado por una gran parte de la nobleza del reino. Abandonado Pedro I por la ciudades y por la nobleza, Enrique II fue coronado en Burgos y Pedro huyó a Bayona, desde donde consiguió el apoyo del Príncipe Negro. Las Compañías Blancas, licenciadas en su mayoría tras la coronación, combatieron ahora bajo al oriflama anglo-castellana y derrotaron espectacularmente a las tropas de Enrique II en Nájera (3 de abril de 1367), siendo capturado du Guesclín y provocando la huida in extremis del de Trastámara. Pedro I pudo recuperar el trono, pero la imposibilidad de pagar a más mercenarios, unida a la enfermedad del Príncipe Negro, que regresó a Guyena, hizo que Carlos V retomase el asunto, rescatase a du Guesclín y volviera a ponerlo al servicio de Enrique II, concluyendo una fructífera alianza entre los Valois y los Trastámara. La guerra civil se reavivó en Castilla, pero llegó a su fin tras la muerte de Pedro I a manos de su propio hermanastro, Enrique II, en Montiel, el 23 de marzo de 1369.
Reanudación de las hostilidades
Concluida la entrega de los territorios, Eduardo III reagrupó sus posesiones del sudoeste en un gran Principado de Aquitania, que entregó al príncipe de Gales en julio de 1362. Para compensar las pérdidas de las campañas en España, el Príncipe Negro instituyó un impuesto extraordinario durante cinco años a los señores de Aquitania (1368), pero fue respondido por el conde de Armagnac, que, negándose a pagar, solicitó el arbitrio de Carlos V, es decir, reconoció su soberanía sobre el principado. Pronto la rebeldía del conde de Armagnac fue secundada por otros señores gascones y Carlos V, aconsejado por los juristas, tomó en consideración la llamada del conde de Armagnac, ordenando que el príncipe de Gales compareciese en París en enero de 1369. Éste contestó que si acudía al citado llamamiento, sería en pie de guerra y a partir de entonces las provocaciones por parte de ingleses y franceses no dejaron de sucederse: Eduardo III volvió a tomar el título de rey de Francia (3 de junio) y Carlos V decretó la confiscación de Aquitania (30 de noviembre); sin que la guerra se hubiese declarado, las escaramuzas entre ambos bandos llevaban ya meses sucediéndose y la ruptura era inminente.
En previsión de la reanudación de la guerra, Carlos V había ocupado los años de 1368 y 1369 en la reparación de fortificaciones y en la formación de un ejército con mandos competentes, al frente del cual puso a Bertrand du Guesclín con el título de condestable. Así, las cabalgadas del duque de Lancaster sobre Normandía y Artois a finales de 1369 no dieron ningún resultado y, en cambio, du Guesclín obtuvo la primera victoria francesa en campo abierto en Pont Vallain (4 de diciembre de 1370), demostrando así que los ingleses no eran invencibles; a finales de año toda la Aquitania oriental estaba bajo el dominio francés. Además, la consolidación del reinado de Enrique II brindó al francés el apoyo de la armada castellana, que en junio de 1372, dirigida por el genovés Guillermo Bocanegra, venció a la flota inglesa, en aguas de La Rochela, mandada por el duque de Pembroke. Mientras tanto Carlos V se apoderaba del Poitou, Saintogne y Angumois y su condestable inició en verano de 1373 una ofensiva que terminó con la ocupación francesa de toda Bretaña. Los ingleses respondieron con una operación de altos vuelos: el duque de Lancaster, que ante la senectud de su padre, Eduardo III y ante la enfermedad de su hermano, Eduardo de Gales, se había convertido en Lugarteniente y Capitán General en el Reino de Francia, comenzó una cabalgada en Calais que habría de atravesar todo el territorio francés y terminar en Castilla, donde tenía la intención de ser proclamado rey; sin embargo, la estrategia de du Guesclín, la política de tierra quemada y el hostigamiento de las guerrillas al ejército del duque, dieron al traste con esos planes y a finales de año un reducido ejército inglés llegó a Burdeos buscando refugio. El agotamiento general llevó a la firma de unas treguas generales, que habrían de durar entre julio de 1375 y junio de 1377. Durante este periodo, aunque Carlos V reconquistó plazas del centro del país, como Coñac y Saint-Sauveur-le-Vicomte, se desarrollaron en Brujas unas conversaciones de paz a las que asistieron los enviados del papa Gregorio XI. La falta de consenso sobre la partición de Aquitania llevó a que a finales de 1375 los nuncios apostólicos propusieran el mantenimiento del statu quo y la firma de una tregua de cuarenta años, que cada uno de los bandos rechazó por causas diferentes.
Las hostilidades se reanudaron en verano de 1377 por iniciativa francesa con la destrucción de Rye y saqueos sobre la zona de los Cinco Puertos. En primavera del año siguiente, las tropas del duque de Borgoña ocuparon las fortalezas de Carlos el Malo, eliminando para siempre el peligro navarro, pero Cherburgo fue liberada por los ingleses, que la conservaron como un estratégico relevo entre Brest y Calais. En Inglaterra las muertes sucesivas en pocos meses del Príncipe Negro y de Eduardo III dieron el poder a Ricardo II, un niño de diez años, mientras que el duque de Lancaster asumía el gobierno. El último acto político de Carlos V estuvo encaminado a conseguir una paz duradera con los ingleses: propuso ceder a Inglaterra toda la Aquitania aguas abajo del Dordoña y ofrecer a su hija Catalina en matrimonio a Ricardo II. El Consejo inglés lo rechazó y el rey de Francia murió el 16 de septiembre de 1380, mientras el conde de Buckingham realizaba una amplia cabalgada por el territorio francés, en apoyo de Juan IV de Bretaña, cuyo ducado había sido confiscado dos años antes por Carlos V, y que le fue devuelto por su sucesor en abril de 1381.
Segundo periodo de la guerra: 1380-1389
En 1380 se había producido en la guerra lo que Contamine ha denominado como el relevo generacional. Efectivamente, Eduardo III, Carlos V, Bertrand du Guesclín, Eduardo de Gales y Enrique II de Castilla murieron en fechas muy próximas, dejando en el poder a jóvenes reyes sin experiencia: Ricardo II, Carlos VI y Juan I en Castilla. Todo esto coincidió con el Cisma de Occidente que dividió la Cristiandad entre romanistas y aviñonistas, y que dejó a los monarcas de ambos países sin un mediador cuya legitimidad fuese unánimemente reconocida. Carlos VI comenzó su reinado bajo una crisis de poder motivada por la abolición por parte de su padre, justo antes de morir, de toda una serie de tasas fiscales que habían sido los principales recursos de la Hacienda francesa. La regencia fue asumida por los tíos del rey, Luis de Anjou, Juan de Berry y Felipe de Borgoña, que apartaron del gobierno a los consejos del reino y que no llegaron a concertar planes comunes, primando entre ellos las ambiciones y las diferencias personales. No obstante, los primeros años de la década de los ochenta coincidieron con una época en la que Francia alcanzó los principales triunfos militares, debidos sobre todo a la alianza con Castilla, que posibilitó la realización de incursiones en pleno territorio inglés, como el saqueo de Gravesend, cerca de Londres, y a los problemas internos a que tuvo que enfrentarse el consejo inglés. El restablecimiento de los impuestos en 1382 provocó en París la revuelta de los maillotins, rápidamente sofocada. También pudieron conjurar Carlos VI y sus consejeros la revuelta que por aquellas fechas fue iniciada en Flandes por Felipe de Artevelde, que consiguió el apoyo inglés, pero fue vencido y expulsado de Flandes en verano de 1383.
Para sufragar los gastos de la guerra, el gobierno inglés (un consejo de regencia) fijó nuevos impuestos a los que se denominó poll-taxes (1380-81), que encontraron una abierta oposición entre los campesinos de Essex y Kent. Liderados por el soldado desertor Wat Tyler, las masas campesinas marcharon sobre Canterbury y liberaron al sacerdote John Ball, que se convirtió en el profeta de la revolución. Gracias a las encendidas predicaciones de Ball, las masas londinenses se unieron a la revuelta, cuyas reivindicaciones pasaban por la supresión de los privilegios, la eliminación de los obispos y la repartición de los bienes del clero entre la población. Pero cuando el rey, severamente amenazado en la Torre de Londres, aceptó una parte de las peticiones, los campesinos comenzaron a dispersarse, Tyler fue muerto, privando a la revolución de un caudillo y Ricardo II, apoyado por el alcalde de Londres, venció a las masas campesinas (15 de junio de 1381) y comenzó una durísima represión que duró varias semanas y alcanzó todos los puntos del país en los que se habían producido revueltas. Mientras tanto los ingleses habían apoyado en Portugal a los partidarios de Juan de Avis, que había obtenido el trono lusitano frente a la opción castellana y es en ese momento, con el respaldo de los portugueses, cuando Juan de Lancaster decidió llevar a cabo su proyecto de ocupar el trono de Castilla. En 1386 se trasladó a España para materializar su empresa, lo que provocó el debilitamiento de la defensa de Inglaterra, circunstancia que fue aprovechada por los franceses para lanzar una campaña definitiva contra el territorio inglés; la expedición se fue demorando y no se llevó a cabo hasta 1387, con escasos resultados, pero justo en un momento en el que el gobierno inglés caía en un franco descrédito, con una monarquía débil atacada por los barones y después de la derrota frente a los escoceses en Otterburn. Ante tal situación se concertó una tregua parcial en agosto de 1388, que un año después se convirtió en general, con la concurrencia de los monarcas de Francia, Inglaterra, Castilla, Escocia y el duque de Borgoña, asentado en Flandes (treguas de Leulinghen, 18 de junio de 1389) y que abrió un largo periodo de paz, haciendo que el conflicto entrase en una nueva fase.
Las treguas (1389-1413)
Los diferentes estados que habían participado en el conflicto se volcaron desde 1389 en sus problemas internos, en un periodo en el que el Cisma de Occidente fue el fenómeno más característico y en el que ninguno de los protagonistas pudo reunir la cantidad de fuerzas suficientes para atacar a su adversario. ¿Qué ocurrió durante esos años en los territorios de las distintas monarquías?
La Francia de Carlos VI
Carlos VI tomó las riendas del gobierno en 1388, en un momento en que los principales conflictos internos parecían sofocados. Sin embargo, la corte francesa se dividió en dos bandos, uno de ellos integrado por la más alta aristocracia, cuyos miembros patrocinaron distintas empresas militares contra los turcos, en Berbería o en Italia, con desiguales resultados; el otro sector, más reformista estaba integrado por burgueses que acababan de obtener el estatuto de nobleza y que provenían de los viejos consejos de Carlos V. En 1404 murió el duque de Borgoña, Felipe el Atrevido y fue sucedido por su hijo Juan sin Miedo (que heredó además Flandes y Artois), que se erigió como paladín de las reformas y pronto conoció la oposición del hermano del rey, Luis de Orléans, al que se acusaba de ser el causante de la ruinosa situación financiera del reino y que fue asesinado por orden del nuevo duque de Borgoña (23 de noviembre de 1407). Su asesinato desencadenó una guerra civil, en la que se enfrentaron, por una parte una facción reformista, cuyos seguidores fueron conocidos como borgoñones, y por otra una facción aristocrática encabezada por los duques de Berry y Borbón y Bernardo de Armagnac, entre otros, a los que se dio el nombre de armagnacs. Los borgoñones, apoyados por los profesores de la Universidad de París, consiguieron imponer un programa de reformas de la administración y las finanzas (la gran ordenanza conocida como cabochienne, de 1413), tras llevar a cabo una durísima represión contra aquellos a los que se suponía antiguos partidarios de Luis de Orleans, pero en septiembre del mismo año, los habitantes de París abrieron las puertas de la ciudad al duque de Orleans y los borgoñones sufrieron la misma represión que anteriormente habían ejercido. Con el objetivo de controlar el país, ambos bandos solicitaron el apoyo militar de Enrique IV de Inglaterra, lo que convirtió la guerra civil en un conflicto internacional, continuación del que ya se había desarrollado durante más de medio siglo. Por otra parte, Enrique IV había basado su acceso al trono en la reivindicación de los derechos sobre Francia, abandonados bajo el reinado de su antecesor, y ya en la primavera de 1412 sus tropas desembarcaron en Cherburgo con la connivencia de los armagnacs. La reaparición del peligro inglés llevó a un acercamiento entre las partes en Auxerre (agosto de 1412), aunque las fisuras entre borgoñones y armagnacs eran aún muy grandes.
Revolución en Inglaterra: Enrique IV
Ricardo II fue un monarca impopular por sus intentos de aproximación a la odiada Francia, cuya monarquía, menos limitada que la inglesa, era admirada por el monarca inglés. Su matrimonio en segundas nupcias con Isabel de Valois (1396), hija de Carlos VI, no hizo sino aumentar su impopularidad, que se vio agravada con la reintegración a la Corona del ducado de Lancaster, tras la muerte de su titular, su tío Juan. Esto provocó una auténtica conjura nobiliaria, encabezada por el que hubiera sido el heredero del duque Juan, Enrique de Lancaster, que destronó a Ricardo II acusándole de tirano, y usurpó el trono (29 de septiembre de 1359), tomando el nombre de Enrique IV.
Enrique IV basó su poder en el apoyo de la nobleza y en el Parlamento, lo cual no impidió que llevase a cabo una dura represión contra los clanes nobiliarios que trataron de sacar ventaja de su poder. Heredó de su antecesor una cierta inestabilidad en el dominio de Gales e Irlanda y en la frontera escocesa y aprovechó estas circunstancias para encauzar la belicosidad de la clase nobiliaria inglesa. Derrotó a los escoceses en Homidom Hill (1402) y apresó a su rey, Jacobo y desde 1404 empezó a tomar ventaja sobre la rebelión galesa encabezada por Owen Glyndwr. Enrique IV murió en 1413, habiendo dejado sentadas las bases de actuación de su sucesor, Enrique V; éste se presentó desde un primer momento como el reivindicador de la herencia francesa de los monarcas anglo-normandos y Plantagenet.
El cumplimiento de las treguas
La interrupción de las hostilidades no fue totalmente respetada por ninguno de los dos bandos, que entre 1389 y 1415 protagonizaron diferentes escaramuzas, enfrentamientos fronterizos y actos de piratería. Las casas reales de Francia e Inglaterra trataron de hacer de las treguas de Leulinghen una paz duradera y los ingleses abandonaron definitivamente Cherburgo (1394) y Brest (1397). Carlos VI ofreció a Ricardo II una parte de la Aquitania a cambio de que el monarca inglés renunciase a sus pretensiones a la Corona francesa, pero del lado inglés se reclamaba la Aquitania definida en los tratados de Bretigny-Calais, lo que hizo que se interrumpiesen las negociaciones. Un nuevo acercamiento entre ambos soberanos tuvo lugar en Ardres (1396), con motivo del matrimonio del francófilo Ricardo II con Isabel de Valois, pero tampoco en esta ocasión se llegó a un acuerdo sobre las fronteras. Estos intentos de aproximación se detuvieron con el advenimiento de la casa de Lancaster en Inglaterra.
Fueron los franceses los que reanudaron las hostilidades en 1404, aprovechado un momento de debilidad de Enrique IV, ocupado en un levantamiento en el país de Gales. Pero la ayuda de Carlos VI a los insurgentes galeses llegó en un momento en que la causa estaba ya perdida (1405) y además las expediciones lanzadas contra Guyena en 1406 y 1407 fueron desbaratadas por los bordeleses. Tampoco tuvo éxito el duque de Borgoña en sus intentos de reconquistar Calais, debido en parte a la acérrima defensa de la ciudad, en parte a las disensiones dentro de sus filas.
En cuanto a las operaciones marítimas, fue Inglaterra la que, tras el advenimiento de los Lancaster, tomó la iniciativa. Los marinos de Bristol, Poole y Darmouth obtuvieron pequeñas victorias sobre la flota castellana y amenazaron las costas francesas. Esto llevó a una revisión de la alianza naval franco-castellana, a la que se trató de impulsar. Pero el agotamiento de ambas partes condujo en 1408 a la firma de unas treguas (en una guerra no declarada), que se fueron renovando hasta 1415.
Tercera fase de la guerra
Enrique V y el Tratado de Troyes
El joven monarca Enrique V se presentó a sí mismo como el apóstol de la paz, pero sus reivindicaciones iban más allá de la restitución de los territorios adquiridos por el tratado de Calais; también reclamó las posesiones arrebatadas por Felipe Augusto a Juan sin Tierra. El rey era consciente de la debilidad de una Francia sacudida por la guerra civil entre borgoñones y armagnacs, pero antes de lanzar la ofensiva militar, desarrolló una prolija actividad diplomática en la que negoció simultáneamente con Juan sin Miedo y con el gobierno de los armagnacs. Éstos, temerosos de la alianza entre Enrique V y el duque de Borgoña, cedieron en la mayoría de las peticiones, pero su rechazo a entregar Normandía desencadenó una nueva ofensiva en suelo francés. En verano de 1415 un ejército inglés desembarcó en Chef-de-Caux y en pocas semanas ocupó Harfleur. Armagnacs y Borgoñones se habían reconciliado para luchar contra los ingleses, pero Juan sin Miedo dejó a sus oponentes la responsabilidad de enfrentarse a los invasores. La batalla tuvo lugar en Azincourt el 25 de octubre de 1415 y la victoria inglesa, de escaso alcance político, fue un durísimo golpe para el prestigio de la nobleza francesa. Mayor ventaja sacó el monarca inglés de la diplomacia: por el tratado de Canterbury (15 de agosto de 1416) consiguió el apoyo del emperador Segismundo, persona de enorme prestigio por haber impulsado la vía del concilio para la liquidación del Cisma de Aviñón; también obtuvo la promesa de Juan sin Miedo de convertirse en su vasallo cuando hubiese conquistado el suficiente territorio francés. Animado por estos logros, en agosto de 1417 Enrique V emprendió la conquista de Normandía. Tras Caén fueron conquistadas Alençon, Cherburgo y Evreux y una importante flota inglesa se apropió de las aguas del Canal, facilitando las comunicaciones entre la isla y el continente. Desde París no se pudo hacer nada. Fracasados los intentos del condestable Bernardo de Armagnac y prisioneros Carlos de Orleans y Luis de Borbón desde Azincourt, en 1417 se nombró delfín de Francia a Carlos y después lugarteniente general del reino. Éste cometió el error de mandar al exilio a la reina Isabel, que se alió con Juan sin Miedo, con el que creó un gobierno rival con sede en Troyes. En julio de 1418 el duque de Borgoña se apoderó de París y comenzó a controlar a los reyes y los órganos de gobierno. El delfín consiguió huir y se replegó en Berry. Las operaciones inglesas progresaban y, tras la conquista de Ruán, Juan sin Miedo se entrevistó con el delfín, primero en Corbeil y después en Montereau, donde fue asesinado por los partidarios de Carlos (10 de septiembre de 1419); ante la impunidad de este asesinato, el nuevo duque de Borgoña, Felipe el Bueno, se pasó al bando de los ingleses.
A comienzos de diciembre de 1419 Enrique V completó la conquista del Bajo Sena. A falta de un rey poderoso, las fuerzas vivas de París impulsaron una negociación de paz, que culminó con la firma del Tratado de Troyes, el 21 de mayo de 1420. El tratado preveía que Carlos VI seguiría siendo rey de Francia hasta su muerte, momento en el cual Enrique V, que casaría con su hija Catalina, sería su "hijo" y heredero; Enrique ostentaría entonces las coronas de ambos reinos, aunque respetando las instituciones y particularidades de cada uno de ellos. El principal perjudicado fue el delfín Carlos, cuya legitimidad fue sacrificada en aras de una paz que se suponía inmediata y que comenzó a ser denominado por los suscriptores del tratado como supuesto Delfín del Vienesado. Sin embargó, todo el sur de Francia, excepto la Guyena, permaneció fiel a Carlos, que estableció un gobierno rival al de París.
La doble monarquía
Tras la firma del Tratado de Troyes, Enrique V asumió la regencia del reino de Francia y conquistó las últimas plazas francesas del norte del país, regresando después a Inglaterra. El delfín lanzó entonces sus tropas contra París y Enrique se vio obligado a regresar a Francia, donde durante meses recuperó el terreno perdido. Pero cuando reinició la actividad conquistadora enfermó y murió (31 de agosto de 1422). Carlos VI murió pocos meses después (21 de octubre). Con la muerte de los dos monarcas se abría la perspectiva de la aplicación de las cláusulas de Troyes: Enrique VI, hijo de Enrique V y de Catalina de Valois, de tan solo unos meses de edad, se convirtió en rey de Inglaterra por la muerte de su padre y en rey de Francia por la de su abuelo. Por su parte, el delfín Carlos se proclamó asimismo rey (Carlos VII).
El duque de Bedford asumió la regencia de ambos reinos y buscó la alianza con Felipe el Bueno de Borgoña y con Juan VI de Bretaña, que juró el Tratado de Troyes en 1422, adhiriéndose a la doble monarquía. Con estas alianzas, que más tarde se mostraron efímeras, Bedford reanudó la guerra con ímpetu, a pesar de que comenzó a tener problemas con el Parlamento en lo referente a la concesión de subsidios. Desde 1422 los anglo-borgoñones comenzaron a progresar en el territorio del Maine, venciendo a los delfineses en Cravant (julio de 1423), siendo después derrotado por ellos en la Gravelle y consiguiendo una importante victoria frente a las tropas de Carlos VII en Verneuil (24 de agosto de 1424). Sin embargo, en ese momento comenzaron a fallar las alianzas de la casa de Lancaster: el duque de Bretaña juró fidelidad a Carlos VII y Arturo de Richemont (su cuñado, que en 1422 se alió junto a él al duque de Bedford) hizo lo propio, recibiendo en 1425 la espada de condestable; Arturo de Richemont fue en adelante uno de los principales colaboradores militares de Carlos VII. Ante estas adversidades, el regente inglés reaccionó con una campaña de gran altura: la conquista de Orleans, plaza de importancia estratégica, ya que era la llave del Loira, y también psicológica, ya que al encontrarse prisionero su titular, Carlos de Orleans, atacarla sería una felonía e iría contra el derecho feudal; por contra, si la ciudad era conquistada, bajo la interpretación de un juicio de Dios, sería signo inequívoco de que las posiciones jurídicas de Carlos VII serían ilegítimas. El asedio comenzó el 12 de octubre de 1428, únicamente con efectivos ingleses.
Cuarta fase de la guerra
Juana de Arco
Juana de Arco apareció para cambiar el curso de la guerra cuando Enrique VI, gracias a sus posesiones o a sus alianzas, era reconocido como rey en aproximadamente la mitad del territorio francés. La situación para los partidarios del delfín era desesperada desde que la ciudad de Orleans, capital de la principal zona no sometida al poder inglés, estaba siendo sitiada. En junio de 1428 Carlos había pedido la ayuda al rey de Castilla sin obtener ningún resultado. Además, las grandes casas de Francia habían perdido el interés en la guerra después de Verneuil y la corte de Bourges era un hervidero de intrigas. Los años de 1429 y 1430 el delfín apenas pudo obtener subsidios de unos Estados en los que no se confiaba en la honradez de los recaudadores ni de los administradores de los caudales públicos; la guerra se hizo apenas sin dinero y los combates eran dirigidos por aproximadamente un centenar de capitanes de hombres de armas y ballesteros, de bajo linaje.
Carlos VII era una persona carente de carisma y estaba totalmente desanimado por los sucesivos fracasos diplomáticos y militares; incluso llegó a hablar a los miembros de su corte de renunciar a sus pretensiones, dimitir y retirarse al Delfinado, si es que podía conservarlo. Pero ante el desaliento general, alguien tomó en serio las predicciones de una doncella de la Lorena que afirmaba ser la elegida para liberar Francia: Juana de Arco. Era ésta un producto de la mística religioso-patriótico surgida en Francia al calor de los desastres provocados por la guerra; Juana, que decía oír las voces de San Miguel, Santa Margarita y Santa Catalina, mantenía que tenía como misión coronar al delfín Carlos en Reims, según el ritual de los antiguos reyes de Francia. El capitán de Vancoleurs, Robert de Baudricourt, escoltó a la Doncella hasta Chinon, donde se entrevistó con el delfín el 6 de marzo de 1429, y después de que un grupo de teólogos la examinase en Poitiers, Carlos decidió acometer el objetivo de la coronación. Pero para ello era necesario atravesar el territorio enemigo y sobre todo romper el cerco de Orleans. Juana fue puesta al frente de un pequeño ejército que llegó a Orleans, defendida por Dunois, el 29 de abril; el 8 de mayo el jefe inglés, Suffolk, levantó el asedio de la plaza. Era la primera gran victoria de los delfinistas, pero su mayor importancia radicó en el enorme efecto psicológico que provocó, logrando que en poco tiempo las fuerzas francesas se aglutinasen bajo el estandarte de Juana. Enseguida su ejército tomó Jargueau, Beaugeney, Patay (18 de junio) y en julio Juana consiguió al fin que Carlos se trasladase a Reims. La coronación tuvo lugar el 17 de julio y en ella no se olvidó la ceremonia de la santa unción, que ponía de manifiesto la legitimidad de Carlos VII y le dotaba de bases teológicas con las que contrarrestar las premisas de los partidarios de la doble monarquía. En verano fueron ocupadas Laon, Senlins, y Soissons, pero en septiembre Juana sufrió su primera derrota militar ante las puertas de París, firmemente defendida por los partidarios del duque de Borgoña. El siguiente fracaso de la Doncella, ante La Charité-sur-Loire fue compensado con la toma de las plazas de Louviers y Chateau-Gaillard por parte de los seguidores de Carlos VII, en el otoño. No se planearon operaciones para el invierno de 1429-1430 y se pensó en defender únicamente las posesiones reconquistadas, pero en mayo Juana, por iniciativa propia, quiso repetir la hazaña de Orleans y marchó con un pobre ejército a levantar el cerco de los borgoñones sobre Compiègne; el 24 de mayo fue capturada y entregada a Juan de Luxemburgo, un vasallo de Felipe el Bueno. Éste la vendió a los ingleses por 10.000 escudos y Juana fue llevada a Ruán, donde fue sometida a un proceso inquisitorial que comenzó el 21 de febrero de 1431. El juicio fue una farsa en la que Juana fue acusada de hereje, apóstata e idólatra y condenada a la hoguera. Murió el 30 de mayo de 1431 sin que el rey que le debía su corona hubiese hecho nada para salvarla. Sin embargo los éxitos militares conseguidos desde 1429 y el efecto aglutinante que su persona tuvo sobre los franceses cambiaron el signo de la guerra y llevaron a una nueva revisión de las alianzas.
La paz de Arrás y las Treguas de Tours
La coronación de Carlos VII le hizo tomar ventaja sobre los partidarios del duque de Bedford y de la doble monarquía. Para contrarrestarla, los políticos ingleses trasladaron a Francia a Enrique VI, que había sido coronado rey de Inglaterra en Westminster en 1429 pero todavía no había tomado posesión de la corona francesa, y le coronaron en París el 17 de diciembre de 1431, pero la legitimidad de la ceremonia fue puesta en entredicho por la ausencia de la mayoría de los obispos galos. Una parte de los franceses que en 1420 habían estado de acuerdo con el Tratado de Troyes, y que habían esperado una paz casi inmediata, comenzaban a recelar de la doble monarquía y a pasarse al bando de Carlos VII; eran éstos principalmente burgueses y gentes del pueblo, mientras que los círculos de la Universidad y de la administración permanecieron fieles a Enrique VI.
Por otra parte, Borgoña fue basculando del bando inglés al francés, gracias al trabajo de Arturo de Richemont, que propició un acercamiento al canciller borgoñón Rolin. La muerte de Ana de Borgoña, hermana de Felipe el Bueno y esposa del duque de Bedford terminó de romper los lazos entre los dos duques, antiguamente cuñados, y en enero de 1435 el de Borgoña mantuvo en Nevers una reunión con los representantes del Valois, en la que se acordó celebrar un congreso en Arrás en el que se debatiría la alianza de Borgoña con la Francia francesa dentro de un contexto más amplio en el que se trató de buscar la paz general. A la asamblea, que se celebró en agosto, acudieron representantes del papa y del Concilio de Basilea, del emperador, y, por supuesto, los representantes de Carlos VII y de los borgoñones; acudió además una embajada inglesa cuya solución de compromiso fue descartada casi inmediatamente. En cambio, el 21 de septiembre Carlos y Felipe llegaron a un acuerdo por el que el rey condenaría el asesinato de Juan sin Miedo, pagaría una indemnización de 82.800 escudos y entregaría al duque una serie de territorios, que por otra parte ya estaban bajo el dominio de Felipe y el rey no tenía modo alguno de recuperar; Felipe de Borgoña quedaría dispensado del vasallaje a Carlos VII, aunque si éste moría debería presentar homenaje a su sucesor o si era Felipe el que moría primero, el nuevo duque habría de rendir vasallaje a Carlos. Aunque aparentemente las cláusulas de Arrás beneficiaban casi exclusivamente al duque, Carlos VII logró romper definitivamente la alianza anglo-borgoñona y recibió el reconocimiento de legitimidad del señor más poderoso de Francia. Después de Arrás, muerto Bedford, sólo el duque de Bretaña permaneció fiel a Enrique VI, pero su alianza con los ingleses era cada vez más difusa; la doble monarquía tenía los días contados.
Después de Arrás prosiguieron las operaciones militares con decisivos éxitos para los aliados franco-borgoñones. El 13 de abril de 1346 el condestable de Richemont entró en París, donde se decretó una amnistía general que llevó en poco tiempo a la fusión entre los antiguos borgoñones y delfinistas. En pocos meses Carlos VII rechazó sendos ataques ingleses contra Guyena y Normandía, pero Felipe el Bueno sufrió una estrepitosa derrota en sus intentos de tomar Calais. En 1339 se trató de nuevo de suspender las hostilidades, pero la conferencia de paz de Gravelines fue un fracaso, porque los representantes de Francia e Inglaterra mantuvieron firmes las reivindicaciones de Arrás.
En 1440 Carlos VII tuvo que hacer frente a un peligro interno: la rebelión conocida como Praguerie, en la que tomaron parte importantes personajes como los duques de Borbón, Bretaña, Anjou y el delfín Luis. Éstos reaccionaron ante la rápida centralización del reino llevada a cabo por el monarca, que aniquilaba así los vestigios de la antigua feudalidad. Los rebeldes solicitaron el apoyo inglés y consiguieron el apoyo del duque de Borgoña, pero no de la opinión pública. El rey, sin embargo no era ya el monarca débil de antaño y su réplica fue fulminante, quedando la rebelión apagada en 1441. Nuevas operaciones condujeron a Carlos hacia el sur y en 1442 recuperó Tartas, Dax y puso sitio a Burdeos (1442). Los ingleses solicitaron entonces unas treguas que fueron firmadas en Tours el 28 de mayo de 1444, con carácter anual pero renovable, y que duraron hasta 1449. La promesa de matrimonio de Enrique VI con Margarita de Anjou, sobrina de Carlos VII, abría una prometedora perspectiva de paz.
Durante el periodo de las treguas, la corte de Enrique VI se debatió en enfrentamientos entre los seguidores del belicista duque de Gloucester y los del conde de Suffolk, Guillermo de la Pole, partidario de un acercamiento a los Valois. En Francia, sin embargo, la posición del rey no paró de fortalecerse: además de neutralizar a las bandas de mercenarios que causaban enormes estragos durante las épocas de tregua, Carlos VII dictó en 1445 unas ordenanzas que sentaban las bases de un ejército al servicio directo de la Corona. Los intentos de acercamiento entre París y Londres se sucedieron desde 1445 sin conclusiones, pero en 1449 los ingleses atacaron al nuevo duque de Bretaña, Francisco I, de posición más claramente francófila que su antecesor; era el pretexto que necesitaba Carlos VII para reanudar la guerra y aprovechar su superioridad.
Los franceses replicaron con la ocupación de Louviers, Couches y Verneuil. Después Carlos VII acometió la recuperación de Normandía, que comenzó en agosto de 1449 y terminó exactamente un año después con la conquista de Caén. La pérdida de Normandía llevó en Inglaterra al asesinato de Suffolk, al que se culpó y se acusó de traición. Y, coincidiendo con el levantamiento popular en Inglaterra encabezado por Jack Cade (1450), los franceses lanzaron un ataque definitivo sobre el punto que había sido el origen de la guerra: Guyena. Con un gran aparato de artillería, Dunois fue tomando plaza por plaza, hasta que en agosto de 1451 la última de ellas, Bayona, cayó en poder francés. Una reacción de los ingleses logró que la ciudad fuese recuperada durante algunos meses de 1452, pero su ejército fue aniquilado en Castillon el 17 de julio de 1453, batalla que ha sido considerada como el epílogo de la guerra, a pesar de que Carlos VII no tomó posesión de Burdeos hasta el 19 de octubre. Culminó así la total expulsión de los ingleses de Francia.
Fuente: Encarta