Marzo 2023

jueves, 18 de agosto de 2011

La Inquisición




La Inquisición:

Institución judicial creada por el pontificado en la edad media, con la misión de localizar, procesar y sentenciar a las personas culpables de herejía. En la Iglesia primitiva la pena habitual por herejía era la excomunión. Con el reconocimiento del cristianismo como religión estatal en el siglo IV por los emperadores romanos, los herejes empezaron a ser considerados enemigos del Estado, sobre todo cuando habían provocado violencia y alteraciones del orden público. San Agustín aprobó con reservas la acción del Estado contra los herejes, aunque la Iglesia en general desaprobó la coacción y los castigos físicos.

Orígenes:


En el siglo XII, en respuesta al resurgimiento de la herejía de forma organizada, se produjo en el sur de Francia un cambio de opinión dirigida de forma destacada contra la doctrina albigense. La doctrina y práctica albigense parecían nocivas respecto al matrimonio y otras instituciones de la sociedad y, tras los más débiles esfuerzos de sus predecesores, el papa Inocencio III organizó una cruzada contra esta comunidad. Promulgó una legislación punitiva contra sus componentes y envió predicadores a la zona. Sin embargo, los diversos intentos destinados a someter la herejía no estuvieron bien coordinados y fueron relativamente ineficaces. La Inquisición en sí no se constituyó hasta 1231, con los estatutos Excommunicamus del papa Gregorio IX. Con ellos el papa redujo la responsabilidad de los obispos en materia de ortodoxia, sometió a los inquisidores bajo la jurisdicción del pontificado, y estableció severos castigos. El cargo de inquisidor fue confiado casi en exclusiva a los franciscanos y a los dominicos, a causa de su mejor preparación teológica y su supuesto rechazo de las ambiciones mundanas. Al poner bajo dirección pontificia la persecución de los herejes, Gregorio IX actuaba en parte movido por el miedo a que Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano, tomara la iniciativa y la utilizara con objetivos políticos. Restringida en principio a Alemania y Aragón, la nueva institución entró enseguida en vigor en el conjunto de la Iglesia, aunque no funcionara por entero o lo hiciera de forma muy limitada en muchas regiones de Europa. Dos inquisidores con la misma autoridad -nombrados directamente por el Papa- eran los responsables de cada tribunal, con la ayuda de asistentes, notarios, policía y asesores. Los inquisidores fueron figuras que disponían de imponentes potestades, porque podían excomulgar incluso a príncipes. En estas circunstancias sorprende que los inquisidores tuvieran fama de justos y misericordiosos entre sus contemporáneos. Sin embargo, algunos de ellos fueron acusados de crueldad y de otros abusos.

Procedimientos:
Los inquisidores se establecían por un periodo definido de semanas o meses en alguna plaza central, desde donde promulgaban órdenes solicitando que todo culpable de herejía se presentara por propia iniciativa. Los inquisidores podían entablar pleito contra cualquier persona sospechosa. A quienes se presentaban por propia voluntad y confesaban su herejía, se les imponía penas menores que a los que había que juzgar y condenar. Se concedía un periodo de gracia de un mes más o menos para realizar esta confesión espontánea; el verdadero proceso comenzaba después. Si los inquisidores decidían procesar a una persona sospechosa de herejía, el prelado del sospechoso publicaba el requerimiento judicial. La policía inquisitorial buscaba a aquellos que se negaban a obedecer los requerimientos, y no se les concedía derecho de asilo. Los acusados recibían una declaración de cargos contra ellos. Durante algunos años se ocultó el nombre de los acusadores, pero el papa Bonifacio VIII abrogó esta práctica. Los acusados estaban obligados bajo juramento a responder de todos los cargos que existían contra ellos, convirtiéndose así en sus propios acusadores. El testimonio de dos testigos se consideraba por lo general prueba de culpabilidad. Los inquisidores contaban con una especie de consejo, formado por clérigos y laicos, para que les ayudaran a dictar un veredicto. Les estaba permitido encarcelar testigos sobre los que recayera la sospecha de que estaban mintiendo. En 1252 el papa Inocencio IV, bajo la influencia del renacimiento del Derecho romano, autorizó la práctica de la tortura para extraer la verdad de los sospechosos. Hasta entonces este procedimiento había sido ajeno a la tradición canónica. Los castigos y sentencias para los que confesaban o eran declarados culpables se pronunciaban al mismo tiempo en una ceremonia pública al final de todo el proceso. Era el sermo generalis o auto de fe. Los castigos podían consistir en una peregrinación, un suplicio público, una multa o cargar con una cruz. Las dos lengüetas de tela roja cosidas en el exterior de la ropa señalaban a los que habían hecho falsas acusaciones. En los casos más graves las penas eran la confiscación de propiedades o el encarcelamiento. La pena más severa que los inquisidores podían imponer era la de prisión perpetua. De esta forma la entrega por los inquisidores de un reo a las autoridades civiles, equivalía a solicitar la ejecución de esa persona. Aunque en sus comienzos la Inquisición dedicó más atención a los albigenses y en menor grado a los valdenses, sus actividades se ampliaron a otros grupos heterodoxos, como la Hermandad, y más tarde a los llamados brujas y adivinos. Una vez que los albigenses estuvieron bajo control, la actividad de la Inquisición disminuyó, y a finales del siglo XIV y durante el siglo XV se supo poco de ella. Sin embargo, a finales de la edad media los príncipes seculares utilizaron modelos represivos que respondían a los de la Inquisición.
El Santo Oficio:

Alarmado por la difusión del protestantismo y por su penetración en Italia, en 1542 el papa Pablo III hizo caso a reformadores como el cardenal Juan Pedro Carafa y estableció en Roma la Congregación de la Inquisición, conocida también como la Inquisición romana y el Santo Oficio. Seis cardenales, incluido Carafa, constituyeron la comisión original, cuyos poderes se ampliaron a toda la Iglesia. En realidad, el Santo Oficio era una institución nueva vinculada a la Inquisición medieval sólo por vagos precedentes. Más libre del control episcopal que su predecesora, concibió también su función de forma diferente. Mientras la Inquisición medieval se había centrado en las herejías que ocasionaban desórdenes públicos, el Santo Oficio se preocupó de la ortodoxia de índole más académica y, sobre todo, la que aparecía en los escritos de teólogos y eclesiásticos destacados. Durante los 12 primeros años, las actividades de la Inquisición romana fueron modestas hasta cierto punto, reducidas a Italia casi por completo. Cuando Carafa se convirtió en el papa Pablo IV en 1555 emprendió una persecución activa de sospechosos, incluidos obispos y cardenales (como el prelado inglés Reginald Pole). Encargó a la Congregación que elaborara una lista de libros que atentaban contra la fe o la moral, y aprobó y publicó el primer Índice de Libros Prohibidos en 1559. Aunque papas posteriores atemperaron el celo de la Inquisición romana, comenzaron a considerarla como el instrumento consuetudinario del Gobierno papal para regular el orden en la Iglesia y la ortodoxia doctrinal; por ejemplo, procesó y condenó a Galileo en 1633. En 1965 el papa Pablo VI, respondiendo a numerosas quejas, reorganizó el Santo Oficio y le puso el nuevo nombre de Congregación para la Doctrina de la Fe.
Inquisición española:

Diferente también de la Inquisición medieval, la Inquisición española se fundó con aprobación papal en 1478, a propuesta del rey Fernando V y la reina Isabel I. Esta Inquisición se iba a ocupar del problema de los llamados marranos, los judíos que por coerción o por presión social se habían convertido al cristianismo; después de 1502 centró su atención en los conversos del mismo tipo del Islam, y en la década de 1520 a los sospechosos de apoyar las tesis del protestantismo. A los pocos años de la fundación de la Inquisición, el papado renunció en la práctica a su supervisión en favor de los soberanos españoles. De esta forma la Inquisición española se convirtió en un instrumento en manos del Estado más que de la Iglesia, aunque los eclesiásticos, y de forma destacada los dominicos, actuaran siempre como sus funcionarios. La Inquisición española estuvo dirigida por el Consejo de la Suprema Inquisición, pero sus procedimientos fueron similares a los de su réplica medieval. Con el tiempo se convirtió en un tema popular, en especial en las zonas protestantes, por su crueldad y oscurantismo, aunque sus métodos fueran parecidos a los de instituciones similares en otros países católicos romanos y protestantes de Europa. Sin embargo, su superior organización y la consistencia del apoyo que recibía de los monarcas españoles, descollando Felipe II, hicieron que tuviera un mayor impacto en la religión, la política o la cultura que las instituciones paralelas de otros países. Esta eficacia y el apoyo político permitieron a Tomás de Torquemada, el primero y más notable gran inquisidor, ejecutar por miles a supuestos herejes. El gran inquisidor y su tribunal tenían jurisdicción sobre los tribunales locales de virreinatos como México y Perú, donde estuvieron más ocupados con la hechicería que con la herejía. El emperador Carlos V introdujo la Inquisición en los Países Bajos en 1522, pero no consiguió acabar con el protestantismo. Se estableció en Sicilia en 1517, aunque no lo pudo hacer en Nápoles y Milán. Los historiadores han señalado que muchos territorios protestantes tenían instituciones tan represivas como la Inquisición española, por ejemplo el consistorio de Ginebra en tiempos del reformador francés Juan Calvino. La Inquisición quedó al fin suprimida en España en 1843, tras un primer intento, fallido, de los liberales en las Cortes de Cádiz, en 1812.

Expulsión de los judíos de España:

El año 1391 ve desatarse las crueles e injustas matanzas que asolan las juderías de Castilla, Cataluña y Valencia, en las que perecen miles de judíos. La presión antijudía se concreta con violencia en el siglo XV y se obliga a los judíos a llevar distintivos en la ropa. Las predicaciones de san Vicente Ferrer, la disputa de Tortosa entre judíos y cristianos y la Bula de Benedicto XIII, el papa Luna, contra los judíos, aceleran la destrucción del judaísmo español. Las predicaciones del arcediano de Écija, Ferrán Martínez, fanatizan a las turbas que asaltan las juderías y dan muerte a miles de judíos. En 1476 se establece el Tribunal de la Inquisición en Sevilla. Siete años más tarde, fray Tomás de Torquemada es nombrado Inquisidor General. Las persecuciones habían producido una oleada de conversiones forzosas. La Inquisición actuó con dureza contra los conversos y acentuó la presión sobre los judíos: los hebreos eran obligados a escuchar las predicaciones de los dominicos en las sinagogas, tras lo cual se producían las conversiones. Los Reyes Católicos, ocupados en la guerra de Granada, habían aceptado la financiación ofrecida por don Isaac Abravanel y don Abraham Senior, Contador Mayor de Castilla y Rabino Mayor del reino para sufragar los gastos de la guerra, lo que no les impidió firmar el 31 de marzo de 1492 el Edicto de expulsión. Las súplicas de don Isaac Abravanel en favor de sus hermanos fueron rechazadas por los Reyes Católicos. La política real basada en la unidad dinástica, el poder real y la unidad religiosa se apoyó en la Inquisición y en fray Tomás de Torquemada para conseguir la conversión de los judíos. Todos aquellos que no aceptasen el bautismo deberían abandonar España en el plazo de cuatro meses dejando todos sus bienes. Unos 100.000 judíos abandonaron España. Se distribuyeron principalmente por Grecia, Turquía, Palestina, Egipto y Norte de Africa. Sus descendientes son los sefardíes, que conservan aún el idioma de Castilla. En su Diáspora por todo el Mediterráneo llevaron en su corazón dos nombres: Sefarad y Jerusalén.

Desterrados de Sefarad:

El decreto firmado el 31 de marzo obligaba a emprender el exilio, antes de finales de julio, a todos los judíos sin bautizar y amenazaba con la pena de muerte a quienes no lo acatasen. Y aunque les ofrecía la posibilidad de elegir entre el destierro y la conversión, fueron pocos los que escogieron la vía del bautismo cristiano, pese a la intensa campaña de predicación que se llevó a cabo para conducirlos por este camino. Y, también, pese a la labor propagandística que se hizo con la conversión de tres destacados rabinos de la comunidad judía, cuyo bautismo estuvo apadrinado por los propios Reyes Católicos y por el gran cardenal de España. Según han calculado los historiadores, de las 200.000 personas que integraban la comunidad judía en Aragón y Castilla, 150.000 optaron por el destierro. La mayor parte de los judíos castellanos se dirigieron a Portugal, desde donde muchos pasaron más tarde a Africa. Por su parte, los judíos aragoneses eligieron los puertos del Mediterráneo para embarcar hacia Italia y Turquía, donde fueron bien acogidos. Una de las consecuencias de esta diáspora fueron las colonias que crearon en distintas partes del mundo los expatriados, llamados sefardíes o sefarditas por la palabra Sefarad, como denominaban a España. Cinco siglos después, su herencia sigue viva, como prueba el hecho de que sus descendientes conserven el legado cultural y lingüístico -hablan un peculiar castellano antiguo- de aquellos desterrados. (Olmo del Río)

Salieron de las tierras de sus nacimientos, chicos y grandes, viejos y niños, a pie y a caballeros en asnos y otras bestias, y en carretas, y continuaron sus viajes, cada uno a los puertos que debían de ir, e iban por los caminos y campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, otros muriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no había cristiano que no hubiese dolor de ellos, y siempre por do iban los convidaban al baptismo y algunos, con la cuita, se convertían y quedaban, pero muy pocos, y los rabíes los iban esforzando y hacían cantar a las mujeres y mancebos y tañer panderos y adufos para alegrar la gente, y así salieron de Castilla. (Andrés Bernáldez)
Emigración Judía a América:

Desde muy temprano en el Descubrimiento de América se unen a las expediciones Moriscos y Judíos que huyen de la persecución y se disfrazan. Esto ocurre desde las tres primeras Carabelas. Grandes descubridores y cartógrafos como Rodrigo de Bastidas son fuertemente sospechosos de Judaísmo y detestan a los Sacerdotes. Por no hablar de la inmensa lista de Conquistadores que tienen que obtener mucho oro para defenderse de las acusaciones de Sangre Judía. 'El Caballero de El Dorado', Gonzalo Jiménez de Quesada, tenía tanto oro obtenido de los Indios, que podía comprar a todos los jueces y a todas las conciencias de España. Las actas de persecución por 'Sangre Judía' contra Quesada se extraviaban, destruían y perdían misteriosamente. Habrá Judaísmo en nuestros Descubridores y Conquistadores? En lo que respecta a la Nueva Granada (es decir Colombia), la respuesta parece ser un filón de Oro. Es decir quienes pretendan investigarlo verán cientos de casos sospechosos e interesantes. Porqué había tantas quejas de las autoridades civiles y eclesiásticas acerca de la masiva llegada de Judíos ? Es absurdo que los Judíos emigren hacia la tierra prometida del Oro ? . Es decir de las nuevas y ricas minas ? En Cartagena la Paranoia llegó a un punto en que se temió golpe de Estado Judío. Y la Inquisición Neogranadina tenía fama de ser profundamente corrupta, comprada y operada por Judíos. A estos se les atribuía el Comercio de Mercancías y el Tráfico de Esclavos, actividades no honorables para los Hidalgos Españoles. El patrón se repite: en Cartagena de Indias, en Santafé de Bogotá, en Lima Perú, por doquiera se quejan del peligro del influjo masivo de Judíos. En Colombia hay libros muy interesantes que investigan costumbres Judías, Oraciones Judías, creencias y hasta Teología Judía en el Nuevo Reino de Granada. Hay otros aspectos que no se pueden desechar como los nombres Judíos de las personas y de los poblados. Y muy importante es la tradición familiar transmitida de padres a hijos de ser de origen Judío. Las costumbres muy sospechosas de encender velas los viernes, de cantar endechas a los muertos ( versos ), de regar agua en el piso de un recién difunto, de dejar agua para los ángeles, los baños rituales de inmersión, etc.... etc... etc.... Las costumbres de andar barbudos y casarse con parientes cercanos en forma endogámica. La misma furia de otras provincias cercanas que acusaban a Antioquia (Colombia) de ser comerciantes ladrones barbudos israelitas, etc...La pasión por el oro y por los juegos de azar. La religiosidad profunda o si lo prefiere el lector la intensa orientación a la superstición y los rituales. La ignorancia total y absoluta sobre el 'Misterio' de la Santísima Trinidad que se presentaba en algunas regiones. Mención muy fuerte merece la costumbre antioqueña (en Colombia) de celebrar con grandes luminarias el principio de Diciembre, se encienden luces por todas partes, originalmente velas, antes de la luz eléctrica, y esto por varios días. La fiesta coincide perfectamente con la Hakuna Judía. Y que decir de las oraciones que han quedado en viejos arcones y baúles y que son fuertemente monoteístas, invocando a Jacob y a Abraham. Muchos amigos me han confesado que según tradición familiar el bisabuelo o tatarabuelo era rabino. Esto ya no es motivo de verguenza como lo era hasta hace 50 o 100 años. La generación actual tiene más cultura, ilustración y está más globalizada. Es posible que ya se confiese 'La impureza de Sangre' con orgullo, pues significa pertenecer al pueblo de la 'dura cerviz', así sea lejanamente. Es decir a un pueblo muy histórico y de figuración muy destacada en las artes, las ciencias y el comercio. En cierto sentido este concepto de 'Judío' es lo contrario de lo que se ha admitido como ser 'Latinoamericano', pobre palabreja esta última con que nos dejaron a quienes por derecho de descubrimiento y conquista merecíamos más el apelativo de americanos o de colombinos. Pero ya están empezando a salir los esqueletos del closet.

Autor: Vicente Duque