Marzo 2023

sábado, 6 de agosto de 2011

El misterio de la trepanación

En1970, Amanda Feilding, una inglesa de 27 años, se hizo a sí misma un agujero en la zona frontal de la cabeza con la ayuda de un torno eléctrico de dentista. El orificio craneal le permitiría alcanzar un nivel de conciencia superior, según preconizaba desde hacía más de una década el doctor holandés Bart Hughes, mentor del movimiento a favor de la trepanación –la perforación intencionada del cráneo valiéndose de un instrumento– y fundador de la Religión Evolucionista. Tras buscar infructuosamente durante cuatro años un cirujano que llevara a cabo la operación, Feilding se armó de valor para perforarse la calavera delante del espejo del cuarto de baño. Su esposo, Joey Mellen, profesor de la Universidad de Oxford y hoy también trepanado, grabó en vídeo la temeraria intervención que, dicho sea de paso, pudo costarle la vida.

Satisfecha con los resultados, Feilding viajó en 2002 a una clínica de México para que esta vez un cirujano le efectuara un segundo taladro en el lado derecho del cráneo. En la actualidad, esta mujer dirige una galería de arte en la calle londinense de King’s Road y se ha estrenado en la arena política local para reclamar que este tipo de trepanaciones sean realizadas de forma gratuita por la Seguridad Social de su país. Su petición se argumenta en la teoría de la evolución craneal lanzada en 1962 por el doctor Hughes, que venía a decir que la adquisición de la postura erguida por nuestros antepasados se tradujo en una merma del flujo sanguíneo en la masa encefálica, debido a la fuerza de la gravedad. Para compensar este déficit, algunas estructuras cerebrales menguaron su capacidad funcional en favor de otras. Para el holandés, la trepanación libera al cerebro de su claustro óseo, reduce la presión intracraneana a los niveles de nuestra infancia, aumenta el flujo de sangre en los capilares y, como consecuencia de estos reajustes, nuestra mente “adquiere una óptima actividad cognitiva”.

Sus colegas coetáneos recibieron la fabulosa teoría con escepticismo y tacharon a Hughes de lunático. Los neurólogos modernos piensan igual e indican que este tipo de intervención carece de fundamento médico, resulta muy peligrosa y no pasa de ser una forma de automutilación. Pero a pesar de las advertencias, se estima que centenares de personas llevan el cráneo horadado para alcanzar el prometido nirvana mental o simplemente para aliviar las cefaleas crónicas y ciertos trastornos de la mente que se muestran rebeldes a la terapia convencional. Feilding, además, asegura que miles de personas visitan su sitio en Internet para solicitarle cómo contactar con un cirujano que realice este tipo de operación.

Mientras los entusiastas de la trepanación esperan liberar sus mentes a través de orificios en la bóveda craneal, los arqueólogos tratan de comprender qué es lo que impulsó a los hombres primitivos a practicar esta intervención en personas vivas, así como en cadáveres. La trepanación aparece en una época muy concreta de la evolución humana que coincide con el periodo Neolítico, hace entre 4.000 y 2.400 años. Tal vez surgió mucho antes, como apuntaba un artículo publicado en la revista Nature de mayo de 1997. En él, un equipo francogermano describe dos trepanaciones en un cráneo hallado en el yacimiento de Ensisheim (Alsacia), que tiene una edad de 7.000 años. Las perforaciones, que se localizan en el hueso frontal y entre los parietales, fueron efectuadas cuando el individuo estaba vivo.
Ahora bien, el mayor auge de la  trepanación ocurre en el periodo Eneolítico, que comienza hacia el año 2400 a. de C. y concluye 700 años más tarde. ¿Pero qué impulsó a nuestros ancestros a horadar de repente su bóveda craneana? ¿Cómo lo hacían? ¿Era una cruel tortura, una burda cirugía o una experiencia trascendental? “Estamos ante unos de los enigmas más fascinantes de la antropología”, señala el profesor Miguel Botella, director del Departamento de Antropología Física de la Universidad de Granada.

“No sabemos con certeza las motivaciones que indujeron a los pueblos prehistóricos a trepanarse. Pienso que en la mayoría de los casos tenía un trasfondo cultural y a lo sumo obedecía a razones rituales –mágico-religiosas– que ignoramos. En muy pocas situaciones tendría, como algunos defienden, una indicación terapéutica, pues excepcionalmente las perforaciones coinciden con una lesión susceptible de ser considerada una cirugía postraumática.” Por otro lado, cuesta creer- que las gentes del Neolítico tuvieran unos mínimos conocimientos neurológicos. “Fue imposible –dice el profesor Botella– que relacionaran una pérdida del habla, la ceguera o la hemiplejía con un tumor u otra lesión cerebral. ¿Sabían que una parálisis del lado derecho del cuerpo se corresponde con un accidente neuronal en el lado izquierdo del cerebro? No. Culturas más modernas, como la egipcia, situaban las funciones intelectivas y anímicas en el corazón; y otras, como la sumeria, en el hígado.” El mismo Aristóteles afirmó en el siglo III a. de C. que la conciencia reside en la bomba cardíaca.

Quienes comparan las trepanaciones prehistóricas con la neurocirugía moderna, que agujerea el cráneo para intervenir en el cerebro, pueden estar equivocados. “Resulta curioso resaltar –añade el profesor Botella– que la mayoría de las trepanaciones aparece en cráneos de adultos varones –rara vez se encuentran en niños y son muy poco frecuentes en mujeres–, así como que los orificios se localizan preferentemente en el parietal y el lado izquierdo del cráneo. Esta ubicación obedece sencillamente a que resulta más cómoda para el trepanador, sobre todo si es diestro.” La decantación por el lado siniestro hace que se tambalee la tesis de que los agujeros se realizaban para dejar escapar a los malos espíritus causantes de cefaleas recurrentes. Los neurólogos saben que las jaquecas no tienen predilección por manifestarse en uno de los hemicráneos y, además, son más comunes en el sexo femenino.

Pero para John Verano, antropólogo de la Universidad de Tulane, en Nueva Orleans, la trepanación constituye una “cirugía de emergencia”. Al menos esto es así para los pueblos precolombinos. Tras estudiar 650 cráneos de hace entre 2.400 y 500 años encontrados en la región andina, desde el límite norte del Perú hasta el sur de Bolivia, Verano ha llegado a la conclusión de que las técnicas trepanadoras evolucionaron en este continente para atajar los traumas craneales, sobre todo las fracturas causadas por heridas de flechas, piedras y otras armas arrojadizas.

Mediante la técnica de ensayo y error, nuestros ancestros aprendieron a horadar el hueso craneal sin llegar a tocar las meninges, las membranas que protegen la masa encefálica (ver infografía en pág. anterior). Hasta la Edad del Bronce, la cirugía se realizaba con instrumentos líticos y tal vez sin ningún tipo de anestésico. Es probable que el sujeto soportara estoicamente los 10 ó 15 minutos que duraba la intervención. Ésta, por cierto, no resulta excesivamente cruenta: el hueso, las meninges y el cerebro son indoloros. “En el Neolítico, el 30 por 100 de los trepanados sobrevivía a la intervención. Se trata de un nivel de mortalidad bajo, si se compara con el cosechado en las trepanaciones romanas y medievales, donde sólo sobrevivía el 1 por 100. El secreto del éxito de los prehistóricos radica en que trabajaban, sin saberlo,  en unas mejores condiciones higiénicas, lo que disminuía de forma considerable el riesgo de infección”, explica el profesor Botella.

En épocas como la romana y el Medievo se utilizaban diferentes trépanos, instrumentos de metal para horadar el hueso. Tras su empleo, eran lavados con agua y guardados para la siguiente intervención, lo que constituía un vehículo de infecciones. “Los hombres prehistóricos, sin embargo, usaron puntas o cuchillos de sílex. Éstos también podían estar contaminados, pero se convertían en un objeto estéril durante el proceso de trepanación”, comenta el antropólogo granadino. Y añade: “Simulando la operación en cadáveres actuales, he comprobado que la presión del instrumento de piedra sobre el hueso hace que se desprendan esquirlas y polvillo de sílex que hacen que los filos del trépano lítico queden más o menos limpios de gérmenes.”

Este tipo de cirugías craneales surgió por distintas causas en diferentes tiempos y culturas, y ha persistido hasta tiempos muy recientes e incluso hasta la actualidad en pueblos primitivos de África –Mauritania, Kenia– Sudamérica –Perú, Chile–, islas del Pacífico –Polinesia, Melanesia– y los Balcanes en Europa. Sin embargo, como asegura el doctor Domènec Campillo, del Laboratorio de Paleontología de la Universidad de Barcelona, en su libro Introducción a la paleontología, las trepanaciones prehistóricas “coexistieron con las que, con una base científica, se describen en el Corpus hipocraticus, que son seguidas por Galeno, persisten en el Mediterráneo y no desaparecen hasta las postrimerías del siglo XIX, cuando con Harvey Cushing se inicia la neuro-cirugía moderna.”

Enrique M. Coperías