Marzo 2023

sábado, 6 de mayo de 2023

La romanización de Hispania - Documental

 



El proceso de romanización de la Península Ibérica se inició en el siglo III a.C. con la llegada de los romanos a la península y se prolongó hasta la caída del Imperio Romano en el siglo V d.C. Durante este periodo, los romanos llevaron a cabo una intensa labor de conquista y colonización, que tuvo como objetivo la implantación de su cultura y civilización en la Península.

La conquista romana de la Península Ibérica se puede dividir en tres etapas. La primera etapa tuvo lugar entre el 218 y el 197 a.C., durante la Segunda Guerra Púnica, cuando los romanos se enfrentaron a los cartagineses. Durante esta etapa, los romanos se hicieron con el control de la costa mediterránea y fundaron las ciudades de Tarraco, Ampurias y Sagunto.

La segunda etapa tuvo lugar entre el 155 y el 133 a.C., durante la Guerra Numantina. Durante este periodo, los romanos conquistaron el valle del Ebro y fundaron las ciudades de Zaragoza, Calahorra y Logroño. También sometieron a los pueblos celtíberos y lusitanos, lo que les permitió controlar la mayor parte de la Península.

La tercera etapa tuvo lugar entre el 29 y el 19 a.C., cuando Augusto conquistó el norte de la Península y fundó las ciudades de Astorga, León y Braga. Durante esta etapa, los romanos consolidaron su dominio sobre la Península y llevaron a cabo una intensa labor de romanización.

Durante el proceso de romanización, los romanos implantaron su cultura y civilización en la Península Ibérica. Introdujeron el latín como lengua oficial, establecieron una organización social y política basada en la ciudadanía romana, y construyeron una red de ciudades y carreteras que permitió la comunicación y el comercio entre las diferentes regiones de la península.

Además, los romanos introdujeron su religión, sus costumbres y sus tradiciones en la Península, lo que contribuyó a la creación de una cultura mixta en la que se combinaban elementos romanos e indígenas. A pesar de todo ello, las poblaciones autóctonas conservaron en muchos casos sus propias tradiciones y costumbres, y la romanización no fue un proceso uniforme ni completo en toda la Península Ibérica.